En abril de 1879, Edison abordó las investigaciones sobre la luz
eléctrica. La competencia era muy enconada y varios laboratorios habían
patentado ya sus lámparas. El problema consistía en encontrar un
material capaz de mantener una bombilla encendida largo tiempo. Después
de probar diversos elementos con resultados negativos, Edison encontró
por fin el filamento de bambú carbonizado. Inmediatamente adquirió
grandes cantidades de bambú y, haciendo gala de su pragmatismo, instaló
un taller para fabricar él mismo las bombillas. Luego, para demostrar
que el alumbrado eléctrico era más económico que el de gas, empezó a
vender sus lámparas a cuarenta centavos, aunque a él fabricarlas le
costase más de un dólar; su objetivo era hacer que aumentase la demanda
para poder producirlas en grandes cantidades y rebajar los costes por
unidad. En poco tiempo consiguió que cada bombilla le costase treinta y
siete centavos: el negocio empezó a marchar como la seda.
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